
El tema está tomado de la mitología clásica griega, más en concreto de la Metamorfosis de Ovidio. Por eso el laurel es la planta dedicada a Apolo, y con una corona de estas hojas se coronaba a los vencedores en los juegos griegos.
La obra es profundamente barroca. Las dos figuras forman una línea diagonal muy clara que forman los brazos del dios y de la ninfa; con ello se consigue un espacio abierto, dinámico, que obliga al espectador, si quiere contemplar la obra en su totalidad, a dar la vuelta en torno a ella. La ocupación del espacio tridimensional es manifiesto. También es barroco el representar una obra en el momento mismo en que ocurre la escena, movimiento en acto, frente al movimiento anterior o posterior preferido durante el Renacimiento.
Hay una clara contraposición entre Apolo, con su cara de asombro y perpejidad ante lo que está viendo, y la cara de Dafne, en la que la incredulidad y el horror ante lo que la está sucediendo. Apolo es representando como un joven delgado y andrógino, inspirado en el Apolo Belvedere, obra helenística o copia romana. El distinto tratamiento que da Bernini a la superficie del mármol contribuye a dar mayor realismo y crudeza a la escena.
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