El Cristo Crucificado
de Fernández aparece siempre expirado y constituye una serie muy
abundante. En los últimos años la nota patética se acrecienta, con
cuerpos delgadísimos, amoratados y sangrantes, pero de virtuosa talla.
Destacan el Crucificado de la Iglesia de San Benito de Valladolid y el Cristo de la Luz de la Capilla de la Universidad de Valladolid.
En el Cristo Yacente
hay que decir que Gregorio Fernández no creo el tema, pero si logró
definir y potencia un tipo que ya se hacía en el XVII en Castilla. El
mejor es el
Cristo Yacente del Monasterio de Capuchinos de Madrid de
1614; se trata de un regalo del Rey Felipe III al Convento. Se trata de
una obra preciosista, como digna de un presente regio. Son también de
Fernández los Cristos de los conventos de la Encarnación y de San Plácido de Madrid, así como el Cristo de la Catedral de Segovia y el del Museo de Escultura de Valladolid.
En éste, hay un tratamiento anatómico perfecto en su desnudo, el cual
contrasta con el plegado geométricamente. Sus cabezas son siempre
expresionistas, con rostros desencajados, heridas con sangre, con
mucho morbo, con más patetismo que realismo.
Alejandro no me refería a escultura, si no a pintura (Velazquez-Zurbarán)
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