
De entre los retratos ecuestres pintados por Velázquez para el Salón de
Reinos del Palacio del Buen Retiro, éste es uno de los pocos que fue
realizado enteramente por el maestro. Buena prueba de ello son los
arrepentimientos típicos que encontramos en las patas traseras y en la
cola del caballo y en la cabeza y el busto de Felipe IV. El monarca
aparece representado de perfil, vestido con una armadura, bastón de
mando y banda carmesí de general. El caballo alza las patas delanteras
en una maniobra de alta escuela de equitación denominada levade o
corveta, para la que el rey emplea una sola mano. Así da una muestra de
dominio y capacidad de mando, siendo una alegoría del poder.
Paradójicamente, el poder en estos momentos estaba en manos del valido
de su majestad, el omnipotente Conde-Duque de Olivares.Velázquez muestra
ahora un estilo más suelto y luminista, utilizando diferentes
tonalidades de color que hacen que su etapa sevillana - con obras como
la
Adoración de los Magos o el retrato de
Sor Jerónima de la Fuente
- se pueda catalogar de austera. En esta escena la sensación de tercera
dimensión está perfectamente conseguida a través de un paisaje casi
impresionista , conseguido a través de bandas paralelas de color. Se
supone que tras la figura real se encuentra la sierra del Guadarrama,
por lo que el retrato se podría haber realizado en el monte de
El Pardo.Esta
obra serviría como modelo para que el escultor Pietro Tacca realizara
la estatua ecuestre de Felipe IV que hoy se puede observar en la
madrileña plaza de Oriente, frente al Palacio Real.
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