
Es la única obra conservada de Velázquez en la que aparece una mujer
desnuda, aunque sabemos que pintó alguna más. Por supuesto, nadie duda
de su autenticidad, pero sí existen discusiones en torno a la fecha:
unos piensan que la hizo en 1648 y otros que fue en Italia, entre
1648-1650. Lo que sí es cierto es que apareció en un inventario en 1651
como propiedad del Marqués de Eliche, gran amante de la pintura de
Velázquez y de las mujeres, por lo que se piensa que puede representar a
su esposa o a una de sus amantes. Quizá por despistar, el pintor coloca
el rostro del espejo difuminado para así reflejar el cuerpo desnudo de
la dama que el marqués amaba. Existen numerosas referencias en la obra:
Rubens, Tiziano, Giorgione e incluso Miguel Ángel.
Pero el sevillano supera a todos ellos y coloca a una mujer de belleza
palpable, de carne y hueso, resaltando aun más la carnación gracias al
contraste con el paño azul y blanco, o el cortinaje rojo que da gran
carga erótica al asunto. Posiblemente esto provocó que una sufragista
inglesa acuchillara el cuadro en 1914 con siete puñaladas que apenas sí
se notan. Da la sensación de que el artista ha sorprendido a Venus
mientras Cupido, resignado, sostiene el espejo en el que se refleja el
rostro de la belleza, aunque lo que deberíamos ver sería el cuerpo de la
diosa. En cuanto a la técnica, cabe destacar cómo el pintor utiliza una
pincelada suelta, que produce la sensación de que entre las figuras
circula aire, el famoso aire velazqueño.
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